Cortes Lector:
Hace ya muchos años que varios de nosotros (con otros cristianos sobrios que por aquel entonces estaban vivos y andaban en el camino del Señor que profesamos) concebimos que nos era impuesta la necesidad de publicar una Confesión de nuestra fe, para conocimiento y satisfacción de aquellos que no entendían completamente cuáles eran nuestros principios o habían albergado prejuicios en contra de nuestra profesión, por causa de la extraña representación que de estos principios hicieron algunos hombres notables, quienes habían juzgado muy mal, y en consecuencia, condujeron a que otros tuvieran percepciones desacertadas de nosotros y de estos: esta Confesión fue presentada por primera vez en torno al año 1643,1 en nombre de siete congregaciones que se reunían en ese entonces en Londres; desde aquel tiempo, diferentes ediciones de la misma han sido diseminadas ampliamente, y el fin que nos habíamos propuesto fue alcanzado en buena medida, ya que muchos (incluyendo a algunos de aquellos hombres eminentes, tanto por su piedad como por su instrucción) quedaron satisfechos por ello de que no éramos culpables, de ninguna manera, de aquellas heterodoxias y errores fundamentales, de los cuales habíamos sido acusados con demasiada frecuencia sin pruebas, o sin que se diera motivo por nuestra parte. Y puesto que ahora no es común que se tenga una copia de aquella Confesión, y también muchos otros desde aquel entonces han abrazado la misma verdad que en esta se reconoce, juzgamos que era necesario reunirnos para dar testimonio al mundo de nuestro firme apego a aquellos sanos principios mediante la publicación de esta Confesión que ahora está en vuestras manos.
Ya que nuestro método y forma de expresar nuestro sentir en esta Confesión sí se diferencia de la anterior (aunque la sustancia del asunto es la misma), les impartiremos libremente la razón y ocasión de la presente. Algo que nos convenció grandemente de emprender esta obra fue (no solo rendir cuentas en todo a aquellos cristianos que difieren de nosotros acerca del tema del bautismo, sino también) el provecho que de ello podría obtenerse para aquellos que no tengan ningún informe de nuestras labores, en su instrucción y establecimiento en las grandes verdades del evangelio, en el entendimiento claro y fe estable, lo cual concierne más directamente a nuestro confortable caminar con Dios y fructificación delante de Él en todos nuestros caminos; por lo tanto, concluimos que era necesario expresarnos más plena y distintivamente, además de escoger el método que fuera más comprensible para aquellas cosas que concebimos, a fin de explicar nuestro consenso general y nuestra creencia en estas cosas; y no hallando defecto alguno con respecto a esto en aquel método que fue elegido por la asamblea,2 y después de ellos, elegido por los de la senda congregacionalista,3 decidimos con ánimo pronto que es mejor conservar el mismo orden en nuestra presente confesión; más cuando observamos que aquellos mencionados de último4 escogieron en su confesión (por razones que parecieron de peso tanto a ellos como a otros) no solo expresar sus pensamientos con palabras coincidentes en su significado con las de los primeros,5 concernientes a todos aquellos artículos en los que estuvieron de acuerdo, sino también hacerlo en su mayor parte sin ninguna variación de los términos, de igual manera concluimos que es mejor seguir su ejemplo de hacer uso de las mismas palabras junto con ambos6 en estos artículos (que son muchos) en los que nuestra fe y doctrina es la misma que la de ellos; esto hicimos tanto más abundantemente para manifestar nuestro consenso con ambos en todos los artículos fundamentales de la Religión cristiana, así como con muchos otros, cuyas confesiones ortodoxas han sido publicadas al mundo en nombre de los protestantes en diversas naciones y ciudades; también para convencer a todos de que no tenemos ansia alguna de atascar la Religión con nuevas palabras, sino que con ánimo pronto consentimos en esa forma de las sanas palabras que, en consenso con las santas Escrituras, ha sido usada por otros antes que nosotros, declarando por este medio ante Dios, los ángeles y los hombres nuestro cordial acuerdo con ellos, en esa sana doctrina protestante que, con evidencia tan clara de las Escrituras, ellos han aseverado; ciertamente algunas cosas han sido añadidas en algunas partes, algunos términos han sido omitidos, y unos pocos han sido cambiados; pero estos cambios son de una naturaleza de la que no necesitamos dudar, pues no habrá ninguna acusación o sospecha de no sanidad en la fe por parte de los lectores de la misma contra ninguno de nuestros hermanos por cuenta de estos cambios.
En aquellas cosas en las que diferimos de otros nos hemos expresado con toda franqueza y claridad, para que nadie pudiera albergar celos de que escondemos algún secreto en nuestros corazones del cual no quisiéramos que el mundo se enterara; pero esperamos haber cumplido también esas reglas de modestia y humildad que harán inofensiva nuestra libertad con respecto a esto, incluso para aquellos cuyas opiniones son diferentes de los nuestras.
También hemos tenido el cuidado de colocar textos de la Escritura en el margen para la confirmación de cada artículo de nuestra confesión; labor en la que nos hemos esforzado meticulosamente para seleccionar aquellos textos que sean más claros y pertinentes para probar lo que aseveramos; nuestro deseo más ferviente es que todos aquellos a cuyas manos llegue esto sigan ese ejemplo de los nobles bereanos (que nunca puede ser recomendado lo suficiente), quienes escudriñaban diariamente las Escrituras para ver si las cosas que les predicaban eran así o no.
Hay algo más que profesamos sinceramente y deseamos fervientemente que se nos reconozca, a saber, que la contienda está lejísimos de nuestros propósitos en todo lo que hemos hecho en este asunto; y esperamos que la libertad de un franco despliegue de nuestros principios y la apertura de nuestros corazones a nuestros hermanos, junto con los fundamentos de las Escrituras, en los que nuestra fe y práctica se apoyan, no nos sean negadas por ninguno de ellos ni se lo tomen a mal. Todo nuestro propósito se verá cumplido si podemos obtener la justicia de ser medidos por nuestros principios y nuestra práctica, y en el juicio que otros hagan de ellos, conforme a lo que hemos publicado ahora; lo cual el Señor (cuyos ojos son como llama de fuego) sabe que es la doctrina en la que con nuestros corazones debemos creer firmemente, y a la que debemos conformar nuestras vidas esforzándonos sinceramente. ¡Oh!, y que otras contiendas sean puestas a un lado, que la única preocupación y contienda de todos aquellos sobre quienes el nombre de nuestro bendito Redentor es invocado sea, en adelante, caminar humildemente con su Dios, y —en el ejercicio de todo amor y mansedumbre hacia los demás— perfeccionar la santidad en el temor del Señor, esforzándose cada uno por comportarse de una manera digna del evangelio, y también de un modo adecuado a su puesto y capacidad, para promover vigorosamente en los demás la práctica de la Religión verdadera y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre. Además, para que, en estos días de recaída, no gastemos nuestro aliento en quejas infructuosas por las maldades de otros, sino que cada uno comience en casa, a reformar en primer lugar nuestros propios corazones y costumbres, y luego a avivar todo aquello sobre lo cual podamos tener influencia, con la misma finalidad; para que si así es la voluntad de Dios, nadie se engañe a sí mismo al descansar y confiar en una apariencia de piedad sin el poder de la misma y sin una experiencia interna de la eficacia de aquellas verdades que profesa.
Ciertamente hay una fuente y causa de la decadencia de la Religión en nuestros días que no podemos dejar de mencionar e instar encarecidamente a que se corrija; el descuido de la adoración a Dios en las familias por parte de aquellos a quienes se les ha encomendado la carga y la conducción de estas. ¿No puede la burda ignorancia e inestabilidad de muchos, así como la profanidad de otros, ser imputada justamente a sus padres y cabezas de hogar, quienes no los han adiestrado en el camino por el que debían andar cuando eran jóvenes? Antes bien han descuidado aquellos mandatos frecuentes y solemnes que el Señor les ha impuesto para que así los catequizaran e instruyeran, a fin de que sus años tiernos fueran sazonados con el conocimiento de la verdad de Dios como se revela en las Escrituras; y también por su propia omisión de la oración y otros deberes de la Religión en sus familias, junto con el mal ejemplo de su vana conducta, ¿acaso no los han habituado primero al descuido y luego al desprecio de toda piedad y Religión? Sabemos que esto no excusará la ceguera ni la maldad de nadie, pero de cierto caerá pesadamente sobre aquellos que así han dado ocasión para lo anterior; los primeros, a la verdad, mueren en sus pecados, pero ¿no se demandará su sangre de aquellos bajo cuyo cuidado estaban, quienes incluso les permitieron seguir adelante sin advertencia, y hasta los condujeron a los caminos de destrucción?; ¿acaso la diligencia de los cristianos en el cumplimiento de estos deberes en épocas pasadas no se levantará en juicio contra ellos y condenará a muchos de los que ahora serían considerados cristianos?
Concluiremos con nuestra más ferviente oración pidiéndole al Dios de toda gracia que derrame sobre nosotros tales medidas de Su Espíritu Santo que la profesión de la verdad vaya acompañada de la sana creencia y la práctica diligente de la misma por nuestra parte; que Su Nombre sea glorificado en todas las cosas por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
1 Nota de los traductores: En el texto original dice 1643, se trata de un error tipográfico, pues debería decir 1644, el año en que se publicó originalmente la Primera Confesión de Fe de Londres. Agradecemos al Dr. Samuel D. Renihan por esta observación.
2 Nota de los traductores: es decir, la Asamblea de Westminster.
3 Nota de los traductores: es decir, The Savoy Declaration and Platform of Polity {trad. no oficial: La declaración y plataforma de gobierno eclesial de Saboya}, publicada por los congregacionalistas del Sínodo de Saboya en 1658.
4 Nota de traductores: es decir, los congregacionalistas.
5 Nota de traductores: es decir, los de Westminster.
6 Nota de traductores: es decir, los de Westminster.